El gran Borges
Tengo en mis manos un libro, El humor de Borges, de Roberto Alifano, un escritor que presume acompañó al poeta invidente durante sus últimos años. Amigo, discípulo y compañero de viajes del Autor de El Aleph, quien cuenta en190 páginas algunas de las anécdotas borgianas. Borges era famoso porque despreciaba los deportes. Como casi toda la intelectualidad. Algún día, narró Eduardo Galeano, Borges decidió dar una conferencia de prensa en Buenos Aires el mismo día en que la selección argentina disputaba un partido mundialista, la vez que se coronaron campeones con un poco de ayuda de los peruanos, para regocijo de los milicos golpeadores y fascistas.
Era, esencialmente, un poeta reconocido. Pero cuando era alabado por lo que escribía, respondía: “Me considero esencialmente un lector. Como ustedes saben, me he atrevido a escribir; pero creo que lo que he leído es mucho más importante que lo que he escrito. Pues uno lee lo que quiere, pero no escribe lo que quisiera, sino lo que puede”. Orgulloso de ser argentino, relató una anécdota de Bernard Shaw, respecto a su nacionalidad inglesa: “Los ingleses tienen tres cosas importantes y ninguna de las tres son inglesas. El whisky es escocés, el té ceilandés y yo, que soy irlandés”.
Cuando supo que la academia sueca había otorgado el Nobel a Gabriel García Márquez, dijo: “Me parece que es un excelente escritor y es muy justo que le dieran el premio. Cien años de soledad es una gran novela, aunque creo que tiene cincuenta años de más. El hecho de que se lo hayan dado a García Márquez, y no a mí, revela la sensatez de la Academia Sueca. Mi literatura no es importante. Además yo no tengo obra, sólo algunos textos dispersos”.
Un día, medio enfermo, lo visitaron unos médicos. Uno de ellos le comentó que durante mucho tiempo no se habían atrevido a leerlo. Otro le asestó que El Aleph no le gustó, pues no le entendió nada. Borges le respondió: “Ah, no se haga problema, yo tampoco entiendo nada, qué le vamos a hacer”. Una más de la mentira: “Mark Twain decía que la verdad es el más preciado tesoro que tiene el hombre, y aconsejaba, por consiguiente economizarla. Yo creo que la mentira a veces es necesaria por razones de cortesía, de buena educación y de reserva también. Ahora, creo que es importante separar a la mentira del embuste. Yo tengo grandes amigos que son embusteros, y eso hasta suele resultar simpático, porque es una forma de mentira inofensiva, que no hace mal a nadie. Y, quizá, al cabo de un día uno ha mentido muchas veces, con palabras o callando: por eso una persona no deja de ser ética”. “En España es donde se habla el peor castellano del mundo”, dijo Borges ante un periodista español que lo entrevista. “Para decir taxi, por ejemplo, dicen tashi; en lugar de decir “siga usted derecho”, le dicen “siga resto”; y ni siquiera Madrid pronuncian bien, dicen Madriz. El periodista asestó a decir no estar de acuerdo, son los modos de hablar de cada sitio, defendía. No le gustaba Madrid: “Es la ciudad más provinciana de España. Una ciudad fácilmente olvidable. La Puerta del Sol me parece una miseria. La famosa Fuente de Cibeles es bastante desdichada. Bueno, la Plaza Mayor y la calle de Cuchilleros es una de las pocas cosas que quizá se salvan”. ¿Y la Gran Vía?, ataja el reportero. “No, no me agrada. Es más o menos como el sainete. Parece una avenida de empleados domésticos, una muestra de la mediocridad de la zarzuela. El Paseo del Prado, en cambio, no es feo, tiene jardines que son bastantes lindos. Pero, no sé, si se la compara con Andalucía, con Córdoba, con Sevilla o con Barcelona. Cuando yo era muchacho y viví en Madrid se cantaban unas coplas lamentables: Mi novio es carpintero / la mar de postinero / lará lará lará. No sé, me parece peor que el tango.
Cierta vez, un periodista del Corriere de la Sera de Milán, de paso por Buenos Aires, le contó a Borges que los editores italianos de Ernesto Sábato, habían puesto como presentación en sus libros una faja donde decía: “Sábato el rival de Borges”.
¡Caramba!, se lamentó Borges. Cómo no se les ha ocurrido a mis editores poner en mis libros una faja que diga: ¡El rival de Sábato!”.
Borges nunca obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Muchas veces fue propuesto para eso. Años iban y venían y nada. Un señor en la calle, uno de eso días que antecedían a la premiación, le dijo que se había enterado que diversas instituciones del mundo y veinte escritores italianos lo habían propuesto al Premio. Borges, respondió con sonrisa maliciosa: “Bueno, le cambio esos veinte italianos por un sueco”. Alguna vez fue confundido, como cuenta Jacobo Zabludovsky que a él le pasó, cuando una señora preguntó si era Jacobo, y al aceptarlo la buena dama dijo “Ay, es usted igualito que al de la tele”. Borges trepó a un taxi y el taxista no le quiso cobrar: “De ninguna manera puedo aceptar que usted me pague, señor. Esa un honor haberlo tenido como pasajero, “¿Quién no conoce a Tato Bores?”, un comediante.