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Las de CAPUFE

Las de CAPUFE

Las de CAPUFE
Columna ACERTIJOS por Gilberto Haaz Diez

Aquella mañana del día de Nuestro Señor, un 31 de marzo, casi para entrar abril, el de las Cerezas, para abril o para mayo, presente lo tengo yo, el nuncio (por estar en Semana Santa) de SCIT del gobierno federal, anunció ante la Canacar que la mugre, tardada y amolada caseta de Capufe se iba para nunca más volver. Algunos hablaron de tres meses, otros de seis, solo ellos lo saben, pero de que se va, se va, como aquella pelota de béisbol, cuyo cronista, Ernesto Jerez, de ESPN, famoso porque cuando pegan un jonrón, exclama: “¡No y no y no, díganle que no a esa pelota!”, y la pelota ya anda atrás de la barda. Así Capufe Fortín, díganle que no a esa caseta que, se va, se va y se fue, como dijera el otro grande, El Mago Septién.

Cuando anunciaron que se iba, mucha gente intentó ponerse las pilas y adjudicarse el logro. No fue de nadie, es decir, fue de todos y sin medida, o sea, fue la fuerza de muchos que por 30 años allí protestábamos, los de esta zona y los extranjeros que venían, aquí llegaron gobernadores, candidatos, senadores, diputados, colados y todo el que se pudiera. Andábamos, como me dijo el padre Alejandro, de ‘chinga queditos’. Y así fue.

He recibido comentarios de amigos, que señalan la labor que hicimos a través de los medios, los impresos y los de internet, para que esta maldita caseta se fuera para nunca más volver.

Uno me escribió: “Quiero sinceramente felicitarte por la eliminación de la caseta de cobro de Fortín. Es justo reconocer que durante mucho tiempo participaste de manera destacada en esa lucha. Abrazo”.

Otro: “A escritores, periodistas y cronistas, como tú (tanto de a pie como en auto), que han estado chinga y chingue hasta ver logrado este benéfico objetivo”.

Solo presumo dos. No me siento el Juancamaney de la historia. Sé que fue el esfuerzo de muchos, como cuando Churchill ganó la Segunda Guerra Mundial, con un poco de ayuda, o mucha, de los aliados de Roosevelt. Eso porque ahora terminé de leer un libro de 400 y pico de páginas, llamado ‘Vileza y Esplendor’, de un tal Erik Larson, un sueco que escribe de primera y retrata el año difícil de la guerra desde el entorno familiar de Churchill, aquel que, aparte de tirar su legendario discurso de sangre, sudor y lágrimas, soltaba sus chistorestes, como este: “Me gustan los cerdos. Los perros nos miran con admiración. Los gatos nos miran con desprecio. Los cerdos nos tratan como iguales”.

VAMONOS HACIENDO MENOS

Pero estaba con Capufe y me desvié en la historia.

La historia de la caseta de Capufe de Fortín, Yo Mero he sido y fui y lo seguiré diciendo hasta que se vaya, el principal quejoso en las redes sociales, en los diarios donde me publican, en el Facebook y Tuiter y en las páginas de algunos diarios. No era solo por joder. No. Llegó el momento que treparse a una autopista de Capufe era encomendarse a todos los santos para llegar con el diablo, el diablo eran los atascos. Hubo viajes que se hacían a Xalapa 8 horas, ida y vuelta, porque ya ibas calculando perder una hora o en Fortín o en Cuitláhuac o en Paso del Toro.

Las tres casetas de cobro están para llorar. Quitando esta de Fortín, apenas aminorarán el golpe, se les va a complicar muchísimo en Cuitláhuac y Paso del Toro, si no hace el estado un distribuidor, para los camiones de doble caja. Reconocer que sí fue el dedo presidencial de AMLO, sin duda, el que decidió que se quitara. Y la suma de todos, de un esfuerzo en cadena, múltiple, de mucha gente agraviada por las demoras, que a veces parecían eternas. Larga vida al Puente de Metlac, y Fuera Capufe, gritamos todos los que aquí rondamos, como esas noches de ronda, de Agustín Lara.

magaly

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