Rumbo a Capulines
Por Gilberto Haaz Diez
Bordear los caminos, a veces es cosa de admirarse. La rutina de las autopistas, más cuando son malas como estas que tenemos, nos envuelve en algo que es aburrición. Sucede que iba a Veracruz y tuve que bordear por la carretera federal, la ventaja de ese camino es que uno admira la naturaleza, ves a los camiones repletos de la caña, que han quemado para cortar y llevado a los ingenios, porque aquí hay dos o tres ingenios donde muelen la caña. Cruzar los afamados mangos de Don Bartolo. Juan Rulfo en su Pedro Páramo decía que “hay pueblos que saben a desdichas, se les conoce con sorber un poco de su aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo”. Aquí no hay de eso. Estos son pueblos alegres. Los nuestros. Hago mi tour evadiendo las casetas de paga, tiene una ventaja, me ahorro 265 pesos entre las tres. Y con ese ahorro consumo lo que Veracruz produce. En la mera Tinaja, donde está una Y Griega y el primer puente atirantado del país, que debió haber sido construido en época de Miguel Alemán Valdés, bajé con una vendedora a comerme un par de tacos de canasta para ir matando el hambre, porque luego más cornadas da el hambre, según teoría de Luis Spota. Cuando comíamos, un señor ochentañero se acercó, traía en la mano una receta médica, viejo truco de la gente que pide para comprar medicina. Le dije se sentara y comiera un par de tacos con nosotros y su chesco, eso hizo. Proseguí mi camino y llegué a Capulines. El letrero en ese camino nos señala que hay 92 habitantes, pero checando en Wikipedia me enteré que hay 113, en el municipio de Cotaxtla. Capulines era la vieja terminal del ADO, donde ese autobús solía detenerse para bajar y subir pasaje que iba o venía a Veracruz. Era el único camino que existía hace 60 años, todos por allí pasábamos, me acerqué a tomarle una foto a ese cascarón abandonado que servía de terminal. Algunas veces, cuando mi padre no nos llevaba en su auto, nos íbamos de Tierra Blanca en ADO. Debo decir que allí quizá conocí el mar por primera vez, como cuando Aureliano Buendía recordó aquella tarde remota que su padre lo llevó a conocer el hielo, según relato de García Márquez.
CONOCER EL HIELO
Yo Mero el hielo lo debí conocer muy chamaco, en mi pueblo uno de los hombres ricos y trabajadores, Adolfo ‘Popo Mora’, distribuidor de la cerveza Corona, tenía fábrica de hielo. Así conocimos esos bloques grandotes. La nieve es otra cosa, aparte de la de los güeros güeros, es impresionante verla. No recuerdo donde la vi primero, si alguna vez que fui a Canadá o a Salt Lake City (Lago Salado) con los mormones, pero la que más me impresionó fue ver los bloques del Glaciar Perito Moreno en Argentina, que cuando el hielo se desprende cae y suena como bombas sobre el agua. Esas veces que le he visto, no deja uno de admirarse y atarantarse, igual cuando nos tocó un vuelo por la Cordillera de los Andes entre Argentina y Chile, un vuelo corto de un par de horas, pero, cuando sobrevolábamos esa cordillera el piloto anunció: “No se espanten, va a haber turbulencia, porque cruzaremos la Cordillera de los Andes, pónganse los cinturones”, entonces me acordé de aquella película cuando un grupo de deportistas uruguayos cayó allí y para sobrevivir usaron la antropofagia. Era impresionante ver esas montañas. El avión se movía, la turbulencia hacía apretar aquellito, pero esas imágenes se quedan en la memoria de siempre. Ese era mi caminar esa mañana en Capulines. Hemingway lo decía: “Ve todo el camino con eso. No retrocedas. Por una vez, sigue todo el camino con lo que importa”. En ese mismo sitio compré los quesos de hebra, las cremas, el queso panela y el jarocho, tienen una gran variedad y es leche cuenqueña, con la que hacen los quesos. Faltaban las natas, que un amigo me pide siempre en Veracruz, pero no había. A pocos minutos cruzamos el Campo Cotaxtla, no confundir con la tierra de Felipe Amadeo, esa es otra, ese campo ha existido desde que uno recuerda, es un campo experimental para la caña y lo que se ofrezca, huevo no, porque ahora anda muy caro y el burro ese titular de la Profeco, dice que las gallinas no ponen huevo ahora porque hace frio, como los pollitos: que hacen pio, pio, cuando tienen hambre y tienen frio. Que tipo tan baboso, le dijo David Páramo anoche en el noticiero de Ciro Gómez Leyva. Llegando vimos Boca del Rio, tierra de pescadores. Para no hacerla muy cansada, los cuatro cuenqueños, el biógrafo Pavón, Rico, el amigo que ya es rico, en salud, mi hermano Enrique y Yo Mero nos fuimos a comer a los Farolitos, que es comida casera, muy sabrosa y siempre lleno el sitio. Allí, un grupo cantaba las rolas de Cuba, donde hoy llega un terrible dictador a que nuestro presidente le otorgue el Águila Azteca, la mayor presea que se otorga a un extranjero. Y uno se pregunta ¿Qué pensarán esos presos políticos cubanos, esos jóvenes que están detenidos desde hace meses por protestar porque en ese país no hay libertades? Cuba nos hermana con su pueblo. No con ese dictador de pacotilla. Pobre México, tan cerca de su dictadura y tan lejos del pueblo cubano, y me acordé de la isla porque el músico del restaurante cantaba una rola cubana, Lágrimas negras: “Aunque tú me has echado en el abandono”, aquella canción inmortal de Miguel Matamoros, que cantaron Diego El Cigala y al piano el gran cubano, Bebo Valdés. Viva la Cuba Libre, algún día la veremos así.
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