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Rumbo al volcán

Rumbo al volcán

Rumbo al volcán

Puedes cerrar los ojos a la realidad, pero no a los recuerdos. Camelot.

ACERTIJOS por Gilberto Haaz Diez

Un amigo me escribió en WhatsApp con una pregunta, sobre si a 35 kilómetros de Orizaba había un camino bellísimo a la Virgen de Guadalupe, le comentaron otros amigos ahora que había venido a una boda en CDMX y, como es de Veracruz y amante del ejercicio y de entrar a los maratones, le preguntaban sobre eso. Al principio me confundí que fuera el camino a la Ermita de Guadalupe, que se encuentra en Acultzingo, en la carretera federal a Tehuacán, sitio que los días decembrinos se vuelcan de peregrinos, en ese lugar donde el gran Manolete, aquel matador inmortal cuando venía a torear a Orizaba y se hospedaba en el hotel D France, en el antiguo Toreo, antes que el segundo lo construyera Luis Gutiérrez Príncipe, el gran Manolete bajaba del auto que lo traía a Orizaba (no había la mugre autopista de Capufe) y rezaba al pie de la Virgen, donde hay un letrero: ‘Madre mía, bendice mi camino’. Me corroboró Vale Lamogilia, amante y conocedor de los toros, que Manolete toreó dos veces en Orizaba, en 1946 y 47, antes que lo matara el toro Islero. Llamé al historiador Armando López Macip para preguntar sobre el sitio. Luego, llamé al maestro Horacio Fadanelli, el retratista del volcán, pensando que fuera rumbo al Pico de Orizaba, él llamó a Ricardo Rodríguez Deméneghi, guía turístico que lleva gente a la zona y tiene su empresa. El amigo decía que la pareja en la boda les dijo que era como el Camino de Santiago en España, que recorre muy seguido el orizabeño Carlos Lartigue y que, a determinada distancia se ven imágenes de la Virgen y todo el tiempo tienes a la vista el volcán. Pues allí era, y en la respuesta le dije que se hablaba que por allí asaltaban, como lo escribió hacía dos años el columnista Macario Schettino, a quienes a sus familiares les despojaron de su auto, aunque fue hace tiempo. Ahora esperemos ya no asalten.

ENTRE LA NIEVE DEL SUNDANCE

Al volcán fui hace muchos años, en mi todoterreno con mis hijos pequeños subimos hasta donde pudimos, pues un día antes había caído una nevada y había nieve hasta en el camino. Entonces pensé y me acordé, que si los gringos tuvieran este espacio como propiedad, eso sería un gran desarrollo turístico para alpinistas y para gente que camina entre la nieve, y me acordé de otra vez, estando en Utah, que visitamos a nuestros parientes, los mormones Eyra y Derek, nos fuimos a recorrer la zona, bajamos a una tienda de las que tienen en las esquinas, como los Oxxos mexicas, la señora vendedora al oír nuestro mexicanismo, nos dijo en perfecto español que si no conocíamos el rancho del actor Robert Redford, debíamos ir porque estaba cerca. Pues así le hicimos, jalamos rumbo al Sundance, rancho así llamado por la película de Redford y Paul Newman: Butch Cassidy and Sundance Kid. Aquello era una maravilla, el camino hacia el Sundance Resort, en la ladera el gran rio donde se veía a gente pescando el salmón, como se ve en las películas gringas. Hacia frio, al pie de la ladera de la montaña, pocos autos, el sitio era un lugar de esquiar con su respectiva cabaña restaurante, donde te servían los filetes más ricos del mundo, allí mismo en tu cara te los hacían, decía la leyenda que, de vez en cuando, aparecía Robert Redford, porque al pie tenía su cabaña de rancho, uno que vendió en 2021 cuando su hijo, de 58 años, murió y la tristeza le invadió. Esa zona tiene mucha influencia del actor, porque el mismo Festival Sundance, afamado y con películas y cines en Salt Lake City, lleva el nombre de Redford. A la montaña se escala por un teleférico como el de Orizaba, nosotros llegamos en auto hasta la cima, comenzaba a nevar un poco y el frio nos acuartelaba en la cabaña grande de madera, con su chimenea y los maderos quemando, donde los clientes comíamos conforme íbamos pidiendo nuestros ricos filetes. Aquello era una maravilla, bien cuidado por el actor, un verdadero amante de los caballos y de la naturaleza, allí pasamos casi la mitad del día, era el tiempo que la Olimpiada de invierno llegaría a Salt Lake City (año 2002), y esa parte de zona, controlada por mormones, se preparaba, lo mismo en Park City que en los demás sitios, que resultaron todo un éxito. Así los recuerdos. Así, porque bien lo dijo el poeta Kamalucas, una gente de mi pueblo: “De los recuerdos, no podemos ser expulsados”. Jamás.

magaly


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