“¡En tus manos encomiendo mi espíritu!” (San Lucas 23:46)
¡OREMOS A SEÑOR! ¡SEÑOR, TEN PIEDAD!
¡Bendito despertar tengas, oh Padre Santísimo, en este despuntar del alba!
Cristo, Tu Hijo Amado, nos da un ejemplo único a seguir en los momentos más atroces de la vida. Él, antes de iniciar Su obra evangelizadora, primero se aleja al desierto y allí permanece oculto en comunión contigo y con el Espíritu Santo.
Allí está ocultando su humanidad para ser revestido del poder del Espíritu Santo y al final, luchar contra todas las tentaciones que le presenta el mismo príncipe de las tinieblas.
Pero durante esos cuarenta días, su espíritu fortalecido, lleno del Espíritu Santo, a todo le hace frente y a todo lo vence con el poder de su palabra hasta que aparecen los mismos ángeles y se ponen a su servicio.
Esa es la actitud ante todas las circunstancias que las tinieblas nos presentan, porque los hijos de la Luz, primero nos llenamos del Espíritu Santo y, en tu divina presencia, bien fortalecidos, nos disponemos a esa lucha en la que sabemos que con el mismo poder de tu palabra, también seremos campeones que sin temor vamos a la conquista de la palma de la victoria.
Si Tu Hijo Amado buscaba con mucha frecuencia el estar a solas contigo, era porque esa es la actitud correcta:
Buscar tu rostro y ocultarnos en ti. Tu siervo Moisés, también se ocultaba dentro del espesor de la niebla a fin de fortalecer su espíritu, llenarse de Ti y continuar siendo un líder excepcionalmente maravilloso y un ser extraordinario.
Es por eso que descendía radiante de luz. Abraham, nuestro padre en la fe, también se ocultaba para conversar contigo, porque después de esa comunión contigo, salía convencido de que Tú, eras para él no solo su Padre y Su Dios, sino también su amigo.
Tu Hijo Amado nos dejó un testimonio del cómo depender siempre de Ti y ya casi al final de su existencia en la tierra, estando en la cruz, exclama: “¡Padre! ¡En Tus manos encomiendo mi espíritu!”
Ahora nos preguntamos: ¿Por qué estás tan abatida, alma mía? ¿Por qué estás tan angustiada? En Dios pondremos nuestra esperanza y lo seguiremos alabando, porque, ¡Él es nuestra salvación y nuestro Dios! ¡Dios nuestro! Nos sentimos muy abatidos; por eso pensamos en ti y a ti clamamos con todas las fuerzas de nuestro ser:
Durante el día, envíanos tu amor y por la noche que sea tu compañía la que nos infunda valentía. ¡Señor! ¡Roca de nuestra fortaleza! «¿Por qué nos has olvidado?
¿Por qué debemos andar afligidos y oprimidos por el enemigo?».
En Tus manos divinas de Padre, hoy nos ponemos a salvo, porque en Ti está la fuente de la Luz, del amor y de la vida. ¡Tú eres y serás nuestro protector!
¡Tus ángeles estarán atentos a colaborar con nosotros para que seamos exitosos, destacados y muy importantes ante Ti! ¡Veremos la derrota de todos tus enemigos y gozaremos de tu paz, de tus favores y de tu misericordia!
Padre Santísimo: ¡Bendito, alabado, glorificado y adorado seas por todo lo que respira y especialmente por todos los que por llegar a Tu presencia aspiran y suspiran! Amén.
P. Cosme Andrade Sánchez+